Directora: Valeria Sarmiento
País: Chile
Año: 2008
A la yuxtaposición de imágenes y al quiebre drástico con que sitúa Valeria Sarmiento este film, logra catalizar y reparar ciertos episodios históricos que configuraron la matriz pavorosa y estupefacta con que Chile sufrió por casi dos décadas.
Secretos, una cinta que se balancea entre la ironía y el sarcasmo, entre lo irrisorio y lo banal. Y es que el juego imbricado de situaciones coincide con el paralelismo cotidiano en que confluyen los personajes. Una vía de escape al sectarismo, a lo dogmático y a la ortodoxia militar que vivió Chile en la década del 70 y 80.
A esta paradigmática ocasión, el drama, la risa y la confabulación de revelaciones personales, construyen un mundo totalmente adverso a la realidad con que se maneja el tema del exilio durante la época. Y no es para menos, si cada vez que se menciona el tema de la conjetura ideológica con que se parafraseó, y aun se sigue haciendo como algo cotidiano y horizontal en el cine y todavía en los debates públicos, la memoria histórica adquiere una sensibilidad máxima, y es que la historia del tiempo presente, aun perfora las afónicas mesuras de los sujetos que vivenciaron la época citada.
Por ende, este contra análisis de lucha de representaciones en un espacio público, va adquiriendo una sobre dimensión de los propios silencios y los propios sigilos en la realidad extradiegética con que se manipula el efecto de realidad.
El cine chileno, querámoslo o no, se esconde en los antifaces melodramáticos que dejó la coyuntura histórica en la memoria social y colectiva de los sujetos protagonistas del proceso. Seguimos atados a un discurso hegemónico proveniente no de las altas elites, sino simplemente por la figura vertical que condiciona el accionar institucional del Estado, como opresor de imágenes e ideas renacientes, en la mentalidad cultural del acontecer humano en el tiempo.
Esta irrupción o respiros de la memoria, con que Paúl Ricour sitúa la catarsis colectiva de una ausencia del olvido, pero una presencia de la memoria-reserva, es cómo Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz, logran un quiebre sintomático de la estructura mediática que impone la realidad histórica.
Es así como la melancolía y el trauma del exilio parecen estar en la figura retórica pero significante de los quejumbrosos silencios con que el miedo se apodera de nuestra propia consciencia. Sin embargo, Sergio Hernández, Francisco Reyes, Amparo Noguera, Alfredo Castro, entre otros, logran conectar la sátira de la historia presente con los olvidos, pero recordarlos mediante situaciones cotidianas, en un hilo coherente de voluntades cronológicas.
Códigos implícitos en el film, logran develar la parsimoniosa y sensible actitud con que los protagonistas parecen ser los espacios concluyentes de una melodramática, pero austera situación apocalíptica de recuerdos y olvidos.
Así es como se va construyendo y fragmentando a la vez, los diferentes matices con que se genera una discusión elocuente en las trincheras del silencio y el arpegio mental. Sin duda una correlación directa en que los mundos y las realidades lograr conectar el febril discurso narrativo, bajo la lógica psicosocial en el comportamiento de significante-significado y de sujeto y objeto.
La falsedad parece apoderarse de sus mentes, en la máscara de los secretos y en la justificación decadente con que se logra conectar la reciprocidad ventilada, de una verdad confabulada. Prueba de ello, se puede reflejar que el fallo de un médico- quien por apuros ocasionales dio por muerte a una persona que despertó en el frigorífico- es justificado mediante un milagro de sanación, más que asumir el error mismo de su irresponsabilidad. Sin siquiera tampoco reconocer que tras 25 años ejerciendo su profesión, nunca tuvo el título de médico.
Una especie de comedia que comienza en un ascensor en París, cuando Álvaro Espinoza decide asaltar a un francés, sin embargo cuando se percató que en verdad era chileno, le dio las disculpas del caso y lo invitó a tomar un trago. Situaciones un tanto extrañas pero bien comedidas en el contexto de relación pasado-presente.
Sin lugar a duda una película fascinante llena de risas y situaciones que prueban la identidad y la cotidianeidad en el entramado social con que vivimos la mayor parte de los chilenos.
Secretos, una cinta que se balancea entre la ironía y el sarcasmo, entre lo irrisorio y lo banal. Y es que el juego imbricado de situaciones coincide con el paralelismo cotidiano en que confluyen los personajes. Una vía de escape al sectarismo, a lo dogmático y a la ortodoxia militar que vivió Chile en la década del 70 y 80.
A esta paradigmática ocasión, el drama, la risa y la confabulación de revelaciones personales, construyen un mundo totalmente adverso a la realidad con que se maneja el tema del exilio durante la época. Y no es para menos, si cada vez que se menciona el tema de la conjetura ideológica con que se parafraseó, y aun se sigue haciendo como algo cotidiano y horizontal en el cine y todavía en los debates públicos, la memoria histórica adquiere una sensibilidad máxima, y es que la historia del tiempo presente, aun perfora las afónicas mesuras de los sujetos que vivenciaron la época citada.
Por ende, este contra análisis de lucha de representaciones en un espacio público, va adquiriendo una sobre dimensión de los propios silencios y los propios sigilos en la realidad extradiegética con que se manipula el efecto de realidad.
El cine chileno, querámoslo o no, se esconde en los antifaces melodramáticos que dejó la coyuntura histórica en la memoria social y colectiva de los sujetos protagonistas del proceso. Seguimos atados a un discurso hegemónico proveniente no de las altas elites, sino simplemente por la figura vertical que condiciona el accionar institucional del Estado, como opresor de imágenes e ideas renacientes, en la mentalidad cultural del acontecer humano en el tiempo.
Esta irrupción o respiros de la memoria, con que Paúl Ricour sitúa la catarsis colectiva de una ausencia del olvido, pero una presencia de la memoria-reserva, es cómo Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz, logran un quiebre sintomático de la estructura mediática que impone la realidad histórica.
Es así como la melancolía y el trauma del exilio parecen estar en la figura retórica pero significante de los quejumbrosos silencios con que el miedo se apodera de nuestra propia consciencia. Sin embargo, Sergio Hernández, Francisco Reyes, Amparo Noguera, Alfredo Castro, entre otros, logran conectar la sátira de la historia presente con los olvidos, pero recordarlos mediante situaciones cotidianas, en un hilo coherente de voluntades cronológicas.
Códigos implícitos en el film, logran develar la parsimoniosa y sensible actitud con que los protagonistas parecen ser los espacios concluyentes de una melodramática, pero austera situación apocalíptica de recuerdos y olvidos.
Así es como se va construyendo y fragmentando a la vez, los diferentes matices con que se genera una discusión elocuente en las trincheras del silencio y el arpegio mental. Sin duda una correlación directa en que los mundos y las realidades lograr conectar el febril discurso narrativo, bajo la lógica psicosocial en el comportamiento de significante-significado y de sujeto y objeto.
La falsedad parece apoderarse de sus mentes, en la máscara de los secretos y en la justificación decadente con que se logra conectar la reciprocidad ventilada, de una verdad confabulada. Prueba de ello, se puede reflejar que el fallo de un médico- quien por apuros ocasionales dio por muerte a una persona que despertó en el frigorífico- es justificado mediante un milagro de sanación, más que asumir el error mismo de su irresponsabilidad. Sin siquiera tampoco reconocer que tras 25 años ejerciendo su profesión, nunca tuvo el título de médico.
Una especie de comedia que comienza en un ascensor en París, cuando Álvaro Espinoza decide asaltar a un francés, sin embargo cuando se percató que en verdad era chileno, le dio las disculpas del caso y lo invitó a tomar un trago. Situaciones un tanto extrañas pero bien comedidas en el contexto de relación pasado-presente.
Sin lugar a duda una película fascinante llena de risas y situaciones que prueban la identidad y la cotidianeidad en el entramado social con que vivimos la mayor parte de los chilenos.
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